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lunes, 31 de agosto de 2009

Premio nobel de ciencias: genio, controversia y miseria


Una rápida mirada a este ambicionado galardón revela que en su obtención, a veces, no basta la excelencia de los investigadores. En varias ocasiones han surgido dudas éticas, se han cometido pillerías o se ha recurrido al simple engaño.

por Sebastián Urbina, para suplemento Tendencias - 29/08/2009

Todos sueñan con esa ocasión única en que deben vestir de frac. A pesar de ser bastante informales y hasta desastrados. Es que para los científicos el Nobel de Medicina, de Química o de Física es el premio máximo. La consagración definitiva de un largo y esforzado trabajo o de un hallazgo accidental, que aclara alguno de los muchos misterios de la vida.

Antes de obtenerlo, existe un jurado de gran prestigio que rastrea en detalle la "vida y obra" de los candidatos. Y a pesar de este trabajo detectivesco, una mirada incluso superficial revela que este jurado a veces se ha mostrado desorientado, ha tenido lapsus imperdonables o ha vivido debates amargos, que han hecho historia y han colocado en el ojo de la polémica este premio.

GAS PERVERSO
Uno de los Nobel que desató más rechazo en la opinión pública fue el concedido al químico alemán Fritz Haber, en 1918. Después de suspender la entrega de estos premios los años 16 y 17, debido a la Primera Guerra Mundial, la Academia sueca galardonó a Haber y dejó en shock a la opinión pública.

El laureado realizó varios descubrimientos, aunque dos marcaron su vida. Uno fue el salitre sintético, que permitió prescindir de este fertilizante que proveía Chile a las potencias del mundo -entre ellas Alemania- y que era esencial para fabricar municiones.

Pero el más polémico fue el gas venenoso, arma especialmente perversa, que los alemanes usaron para vaciar las trincheras aliadas. Haber creó este programa y reclutó a varios científicos, dedicándose a tiempo completo y con pasión a este proyecto. Y hubo otros nobeles que trabajaron con él, como Nernst (1920), Wieland (1927), Hahn (1944), Franck y Hertz -los dos últimos laureados en Física en 1925-, aunque ninguno de ellos sufrió el rechazo del público como Haber.

EL DEBATE DE LA INSULINA
Hasta 1922, la diabetes era una enfermedad sin resolver. Sólo se sabía que tener un páncreas normal era esencial para que no se produjera.

El doctor canadiense Frederick Banting, médico campesino y sin preparación como investigador, se centró en identificar una sustancia que debía estar en las secreciones pancreáticas y que sería responsable de este mal.

En 1921, viajó a la U. de Toronto, donde le pidió al doctor John Macleod que le prestara su laboratorio para experimentar con perros durante las vacaciones de verano. Macleod, médico urbano, nacido en Inglaterra y con una prestigiada red social, regresó de su descanso y viendo los progresos realizados, permitió a Banting seguir en su laboratorio, al tiempo que él intervenía también en la investigación. Pero las diferencias entre ambos los llevó a tener una pésima relación.

En diciembre de 1921 se iniciaron las primeras pruebas con la insulina y, en enero siguiente, los resultados eran todo un éxito. En mayo de 1922, en Washington D.C., se anunció el descubrimiento de la insulina, dando el crédito a Macleod. La situación se hizo tan tensa en la comunidad científica, que éste se vio obligado a reconocer en público el trabajo de Banting. En 1923, compartieron el Nobel de Medicina.

Sin embargo, vino una sorpresa mayor. Se descubrió que en 1921, el rumano Nicolás Paulesco publicó importantes artículos sobre extractos pancreáticos. Recién en 1971 se hizo un reconocimiento académico de Paulesco como verdadero descubridor de la insulina. Luego, la Fundación Nobel, por medio de un discurso de su presidente Arnes Tiselius, también reconoció que Paulesco era quien merecía el premio.

EL CASO DE LA ESTREPTOMICINA
Pero no siempre la comunidad científica ha reaccionado con altura de miras. En 1952, Selman Waksman obtuvo el Nobel de Medicina por el descubrimiento de la estreptomicina. Era el segundo antibiótico de fama después de la penicilina y se mostró muy efectiva para combatir la tuberculosis. En su discurso de agradecimiento al premio, así como en varios libros y artículos, Waksman se presentaba como su único descubridor.

Una investigación posterior reveló que Waksman no fue el descubridor y, probablemente, ni siquiera el codescubridor. Fue su alumno de doctorado Albert Schatz quien descubrió este medicamento, entre 1943 y 1944.

Al momento de inscribirlo en la oficina de patentes, Waksman puso su nombre como descubridor principal, para luego recibir US$ 350 mil por concepto de royalties. En tanto, sólo dio US$ 1.500 a Schatz como regalo.

Tras establecer una demanda por autoría del descubrimiento, Schatz fue reconocido como codescubridor. Pero la comunidad científica cerró filas en favor de Waksman. Sólo medio siglo después, en 1994, la U. de Rutgers entregó su medalla máxima en reconocimiento al trabajo de Schatz.

RESULTADOS CONTRAPUESTOS
Otro caso es el de dos grandes aportes médicos que siguieron caminos muy distintos. Por una parte, el fisiólogo holandés Willem Einthoven logró obtener un claro registro de la actividad eléctrica del corazón: el electrocardiograma. Así obtuvo el Nobel de Medicina en 1924.

Muy diferente fue la suerte del siquiatra alemán Hans Berger, quien estudió la actividad eléctrica del cerebro utilizando a su hijo, con lo que perfeccionó el llamado electroencefalograma. Publicó su trabajo en 1929, pero fue recibido con indiferencia. En 1937 lloró al ser honrado por su descubrimiento en un simposium en París. Murió en 1941, sin recibir el Nobel, pese a lo trascendental de su aporte.

POLÉMICA CIRUGÍA
En 1949, el Nobel de Medicina fue otorgado al siquiatra portugués António Egas Moniz, quien aplicó en humanos la llamada lobotomía que antes se había probado en chimpancés. En su opinión, era la solución definitiva para la ansiedad, la angustia intensa y las obsesiones.

La nueva operación causó furor en EE.UU., donde la hermana del Presidente John Kennedy, Rosemary, fue intervenida. Pero pronto comenzó a conocerse el estado de aplanamiento afectivo e indiferencia en que quedaban los pacientes, como un zombi.

Fue gracias al surgimiento de los tranquilizantes en los años 50 que esta operación dejó de hacerse. Pero 5.000 lobotomías ya se habían efectuado entre 1949 y 1952, sólo en EE.UU.

Moniz murió en 1955 y su procedimiento hoy es sólo una curiosidad histórica, similar a la camisa de fuerza.

TAMBIÉN EL ADN
En 1962, James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins recibieron el Nobel de Medicina por descubrir la estructura del ADN. Su histórico y sencillo trabajo fue publicado en abril de 1953, por la revista Nature.

En la premiación, la gran ausente fue la investigadora Rosalind Franklin -quien murió en 1958- y cuyas imágenes cristalográficas del ADN mostraban claramente la estructura en tirabuzón del genoma. "Quedé con la boca abierta y mi pulso se aceleró", testimonia Watson en sus memorias, al momento de ver una de las fotos que tomó Franklin. Tres meses después de ver esta imagen estaba lista la propuesta que publicó Nature, que revolucionó a la biología y que mereció el Nobel nueve años después.

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